Por Fernando Farfán
En tarde sin sol, con tres cuartos de entrada en los tendidos, hizo el paseíllo acompañado por el nacional Joaquín Galdós. El cartel los anunciaba en un mano a mano con toros de la ganadería española El Pilar.
Atronadora fue la ovación con la que el público lo sacó al tercio a saludar. Una ovación a su larga trayectoria y en agradecimiento a su entrega y por todas las emociones vividas.
La corrida de El Pilar no estuvo a la altura de las circunstancias, desigual en su presentación, con tres toros impropios para una plaza de primera (segundo, tercero y cuarto). Todos escasos de fuerzas y de una nobleza boba en menor o mayor medida. El primero fue el único toro serio del encierro; terciado y pobre de cara estuvo el segundo; el tercero fue un toro feo, alto de agujas y abrochado de cornamenta; otro terciado fue el cuarto; bien presentado estuvo el quinto, un toro chico, pero de bonitas hechuras; sexto y sexto (bis), chicos también, con el trapío justo.
Enrique Ponce mató al primero, tercero y quinto. El que abrió plaza mostró su poca fuerza de salida. Entró una sola vez al caballo. En la muleta, dobla las manos; entiende Ponce que no lo puede obligar. A partir de ahí, la muleta a media altura. Por el izquierdo no tiene recorrido. Dos buenas tandas sobre el final consintiéndolo y llevándolo suave. Con la espada pincha en el primer intento, y en el segundo se sale de la suerte y el estoque cae en los bajos.
El tercero, manso y descastado, no tiene historia. Fue el único que entró dos veces al caballo. En la primera empujó bien y en la segunda la vara solo fue señalada. No muestra celo alguno y sale distraído de los engaños. El estoque vuelve a caer en los bajos, esta vez de manera escandalosa.
No hay quinto malo, reza el dicho, y, aunque sin ser un dechado de virtudes, permitió el triunfo. De salida se movió con alegría. El recibo fue a la verónica, rematada con una media preciosa. En el caballo, poco castigo. Le gustó el toro al maestro y lo brindó a toda la plaza. La ovación fue cerrada, pues Sospetillo, que así se llamó el toro, era el último que mataría. En el inicio por doblones le abrió los caminos.
En lo sucesivo, lo llevó con delicadeza y siempre a su aire. La muleta templada, ligando los pases y los de pecho con enjundia. Entre tanda y tanda le dio tiempo al toro, faena inteligente haciendo todo a favor de él. Por el izquierdo, el de El Pilar no tiene recorrido. Vuelve entonces a la derecha, enganchando adelante y llevándolo largo. El burel pierde fuerza sin que la faena decaiga en intensidad. Las poncinas del final son despaciosas y el abaniqueo del cierre es torerísimo.
Mató de una entera en todo lo alto. La ejecución fue perfecta, los tiempos bien marcados y en cámara lenta. No demoró el toro en doblar y menos los pañuelos en poblar los tendidos. Las dos orejas concedidas son de ley. Una por la faena y otra por la estocada. La plaza, una vez, más cayó rendida a los pies del valenciano al compás de los gritos de «¡torero, torero!». La vuelta al ruedo fue apoteósica, bien pudiendo dar una segunda.
El paso por Lima del que para muchos es torero de esta ciudad se puede resumir en dos palabras: ¡gracias, maestro!
Joaquín Galdós mató al segundo, cuarto y sexto. Estuvo animoso toda la tarde, con unas inmensas ganas de agradar. El segundo tomó una buena vara y empujó con la cara abajo en el peto. El toro tiene movilidad, es fijo y pronto, pero con el defecto de salir distraído de la pañosa, la que toma bien, repitiendo los muletazos sin ser limpios. Se gustó Galdós con este toro, la figura desmayada y la muleta a media altura. El paisano se mostró encimista; dándole más distancia al astado, la faena pudo coger más vuelo. Por el izquierdo no lo probó, y con el acero no estuvo acertado. Pasaportó a su enemigo de un pinchazo hondo y una entera ligeramente trasera.
El cuarto se mostró alegre de salida, repitiendo en el percal. En la única entrada al caballo, no fue picado. El peruano lo brinda al público. En ese toro, un sector se mostró irrespetuoso cantando los goles de los partidos que se estaban jugando en la liga local, mientras el torero se estaba jugando la vida en el ruedo. El toro es fijo y de buenas condiciones, quizás el mejor de la corrida, sin ser aprovechado del todo. Mete bien la cara y repite. Las primeras tandas son templadas, sin dejarse enganchar el engaño. Por el izquierdo, con la mano baja, los muletazos son de uno en uno. A toro parado sobre el final toreo de cercanías. La faena no despegó. Pinchazo arriba y una entera antes de ver rodar al burel. No hubo mayoría para la oreja concedida, que luego fue protestada. Mal el juez que cedió a las presiones de un pequeño grupo y del mismo matador.
El sexto y último apretó de salida por el derecho. Por un aparente defecto en la vista fue pedido el cambio. El sexto (bis) también cumplió en el único puyazo que recibió. Las primeras tandas son sin forzarlo. El toro tiene una embestida cansina, es protestón y no hay acople. Galdós alargó la faena innecesariamente y, de tanto porfiar, encontró el sitio sobre el final, logrando dos buenas tandas. Pincha y deja luego una espada honda que es suficiente.
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